-Y usted, ¿cómo se llama?
-¿Yo? Dígame diecinueve.
-¿Diecinueve?
-Sí, diecinueve, como el número. Así me dice todo el mundo y es mejor que no pregunte por qué.
En esos momentos es simplemente imposible no preguntar por qué, su tono amenazante no era suficiente para acallar mis dudas, pero ni siquiera sabía quién era ese hombre; sus manos no demostraban que fuera un ejecutivo o un profesor, ni músico ni pintor, y sus pantalones sucios y un tanto roídos, los tatuajes en los brazos y los tenis gastados evidenciaban el disfrute de su goce pagano y su vida mundana. Era mejor olvidarse del asunto, no buscar problemas con deconocidos y no hacer preguntas que no importaban, por eso al cabo de un par de tragos más y medio cigarrillo ya se me había olvidado el asunto. Jim Morrison bailaba en la pantalla del televisor y yo trataba de pensar en otra cosa, ¿qué hora será?
He de confesar que aquello de la amnesia inducida no va conmigo, por eso cuando el señor que servía los tragos en el bar dijo: “Diecinueve, ¿otro ron?”, mandé la copa de tequila a mi boca, como tomando impulso para preguntarle “Oiga don Diecinueve, y ¿a usted por qué le dicen así? Mientras me decidía, mi pie seguía el ritmo de la guitarra de Robbie Krieger y el humo azul del cigarrillo cambiaba de color por efectos de las luces del antro, miraba fijamente a la cara de Diecinueve. ¿Treinta y cinco? ¿Treinta? ¿Treinta y dos? ¿Diecinueve? ¡No! Diecinueve no. Obviamente tenía más de treinta años, lo cual implicaba que el apodo no hacía alusión a su edad. Tal vez cargaba en su conciencia la vida de diecinueve preguntones desafortunados, de ser así yo no quería ser quien ocasionara la mutación de su apodo a Veinte; además, es más sonoro Diecinueve que Veinte. ¿Mujeres? ¡No! Con esa pinta no podría mantener ni a una mujer, a duras penas conseguirá dinero para venir a tomar ron en este bar.
-¡Otro tequila, por favor!
-¿Qué me mira?
-Nada, don Diecinueve. No hay nadie más en la barra, mi silla está hacia ese lado, por eso miro hacia allá.
-¿Don Diecinueve? –dijo entre risas- si me va a llamar por mi apodo dígame Diecinueve.
-Está bien, Diecinueve ¿Hace cuánto que lo llaman así?
-Desde ese día…
Sus ojos dejaron de verme, bebió por completo el vaso de ron que tenía en la mano y con la mirada hacia el piso, salía humo de su boca sin decir nada. Pensé que tal vez hubiera sido mejor no preguntar nada, tomarme mi tequila en silencio y escuchar música, esa era la idea en un principio. Sólo quería saciar mi curiosidad por haber escuchado un apodo tan poco usual y de un momento a otro lo único que deseaba era que cuando levantara la cabeza no fuera con mirada de odio y un arma apuntándome al pecho, mientras decía “¡Ahora me dirán Veinte!”.
-Déjeme una botella de ron acá en la barra, Carlos –dijo mientras levantaba la cabeza.
-Y a mí sírvame otro tequila, por favor.
El video del concierto de The Doors dejó de ser mi centro de atención. Ahora Diecinueve me miraba a la cara y, a juzgar por su reacción cuando le pregunté hacía cuánto lo llamaban así, la historia sobre su seudónimo era algo que no podía dejar pasar. Se acomodó en su silla, y pisando el cigarrillo que tenía en la mano, comenzó a contarme…